sin misericordia del hombre por el hombre
un camino de ida
en las puertas del abismo
la humanidad se pierde, se devora
se autofagocita…
“Versos apocalípticos”, fragmento.
Pasaje a destino
Querido amigo:
Hace mucho que no nos vemos ni hablamos, pero no fue mi intención, le
aseguro. Me mortifica que haya pasado tanto tiempo sin noticias mutuas. Mi vida
siguió prácticamente igual desde la última vez que nos vimos. Me enteré por
conocidos que está viviendo y trabajando en Inglaterra, tal como siempre había
deseado. Supe también que está teniendo mucho éxito con sus investigaciones, y
ésa es la razón por la que he decidido comunicarme con usted. Una amiga de
ambos, me pasó su dirección y teléfono. Mi primer impulso, no lo niego, fue
llamarlo; en verdad lo pensé. Pero es sabido que ciertos temas no pueden
hablarse por teléfono y, a veces, hasta es difícil escribir sobre ellos.
Necesito contarle algo. A pesar de la distancia, usted es la persona que mejor
me conoce.
¿A quién puedo comentar, por ejemplo, que suelo tener experiencias
inexplicables para el común de la gente? Sensaciones de presencias y voces,
visiones perturbadoras, gritos de lamentos lejanos. Estas circunstancias
habituales para mí, serían imposibles de compartir con cualquier otro ser
humano. Recientemente, uno de esos hechos se manifestó cuando menos lo
esperaba, y desde entonces no he podido recuperar la paz. Una mujer se me
acercó. Sus ojos transmitían dolor y derramaban lágrimas de sangre. “Están
devastándonos…”, dijo, y se quedó allí, frente a mí, buscando consuelo,
supongo. Mi actitud fue piadosa, condescendiente; sentí a su vez angustia e impotencia. Nadie más que yo
percibía su tristeza, su soledad; mientras, el resto de la sociedad a nuestro
alrededor continuaba indiferente,
desbordada por sus propias necesidades, con la ceguera del que no puede ver.
Sin embargo, no debo culparlos; soy consciente de que la mujer y yo estábamos
inmersos en un plano inaccesible para ellos. A pesar de no conocerla, pude
entender su sufrimiento, ese instante eterno y sentido que estábamos
compartiendo. La vida ya no sería igual para ninguno de los dos, producto de
esa unión perfecta que nuestras almas habían experimentado. Aunque quizá nunca
volviéramos a vernos, la forma en que nos habíamos comunicado, sin duda, había
superado esa barrera que a veces existe entre los seres y los anula
espiritualmente.
Visiones como éstas me atormentan. Las
he subestimado hasta ahora, por creer que sólo están dentro de mi
imaginación, como si se tratara de una enfermedad o de un castigo, pero no es
así. Debo encontrar su significado. Ignoro por qué se presentan pero, sin duda,
se trata de mensajes que debo escuchar.
El sábado pasado me invitaron a una exposición en la galería de arte de unos amigos. El
tema, paisajes de la puna. Usted conoce mi afición por la pintura. He intentado
dar algunos trazos, aunque creo que sigo siendo mediocre. De todos modos
insisto, pues me apasiona. Mis cuadros son abstractos para algunos, no para mí. Las ideas me persiguen hasta que
están plasmadas en la tela; sólo entonces logro cierta paz interior. Quizá
algún día me anime a exponer mis obras; por el momento he decidido no hacerlo.
Bueno amigo, espero no estar aburriéndolo demasiado. El caso concreto
es que estaba recorriendo la muestra, cuando de repente un cuadro en especial
atrajo mi total atención. Un niño jujeño en Tilcara. Una pintura reciente de un
autor desconocido para mí. Tanto me impactó que no pude evitar comprarlo y
llevarlo a mi casa.
Sé que es Tilcara, ya que el
título de la obra así lo indica. Jamás he estado allí, aunque creí reconocer el
lugar. El niño, de unos 7 u 8 años, me sigue con los ojos. Sus manos pequeñas,
curtidas, su cabello lacio y oscuro, su piel tostada. Lleva uno de esos
sombreritos de abrigo con orejeras para el frío, y un poncho de lana de vicuña
o alpaca, muy gastado. Sus pies, descalzos. No está sólo en el cuadro; una
mujer (¿su madre?) está sentada cerca, aparentemente tejiendo en un telar.
Alrededor, un caserío, montañas coloridas, el cielo diáfano. La mujer mira el
tejido; el niño, sólo a mí. Trato de alejarme, de tomar distancia, pero la criatura me implora ayuda con su
mirada.
Yo sé que hay técnicas de pintura para esto, es decir, sin importar el
ángulo, el espectador cree que el personaje siempre lo está mirando. Pero esto
es diferente, el niño no sólo me mira, quiere decirme algo.
Aunque trato de continuar con mi vida, no puedo quitar de mi
pensamiento esa cara. En mi casa o fuera de ella, la visión continúa presente.
También en mis sueños. Voces desconocidas e imágenes se me presentan y ocupan gran parte de mis horas.
Mis pinturas se han tornado muy monotemáticas y oscuras. Todo parece efímero,
sin importancia, excepto ese rostro y esa mirada.
Siento un gran vacío dentro de mí. Los amigos circunstanciales no
pueden ser de ayuda en este momento. Mi realidad es otra, no puedo huir de
ella. Ésta es la razón por la que le escribo. Prometí y cumplo. Le dije que en
cuanto algo especial sucediera, usted sería el primero en saberlo. Desde hoy lo
mantendré informado, doctor. Mañana viajo a Jujuy. Quizá me quede allí, en el
pueblo donde vive el niño. Usted sabe, Buenos Aires no me ata.
Algo me indica que estoy en el camino correcto, si bien no he recibido
señales sobre mis próximas acciones. Anoche me vi, caminando junto al niño, en
Tilcara.
Un gran abrazo
Andrés
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