20 abr 2013

Pasaje a destino



sin misericordia del hombre por el hombre
un camino de ida
en las puertas del abismo
la humanidad se pierde, se devora
se autofagocita…


“Versos apocalípticos”,  fragmento.

Pasaje a destino


Querido amigo:
Hace mucho que no nos vemos ni hablamos, pero no fue mi intención, le aseguro. Me mortifica que haya pasado tanto tiempo sin noticias mutuas. Mi vida siguió prácticamente igual desde la última vez que nos vimos. Me enteré por conocidos que está viviendo y trabajando en Inglaterra, tal como siempre había deseado. Supe también que está teniendo mucho éxito con sus investigaciones, y ésa es la razón por la que he decidido comunicarme con usted. Una amiga de ambos, me pasó su dirección y teléfono. Mi primer impulso, no lo niego, fue llamarlo; en verdad lo pensé. Pero es sabido que ciertos temas no pueden hablarse por teléfono y, a veces, hasta es difícil escribir sobre ellos. Necesito contarle algo. A pesar de la distancia, usted es la persona que mejor me conoce.
¿A quién puedo comentar, por ejemplo, que suelo tener experiencias inexplicables para el común de la gente? Sensaciones de presencias y voces, visiones perturbadoras, gritos de lamentos lejanos. Estas circunstancias habituales para mí, serían imposibles de compartir con cualquier otro ser humano. Recientemente, uno de esos hechos se manifestó cuando menos lo esperaba, y desde entonces no he podido recuperar la paz. Una mujer se me acercó. Sus ojos transmitían dolor y derramaban lágrimas de sangre. “Están devastándonos…”, dijo, y se quedó allí, frente a mí, buscando consuelo, supongo. Mi actitud fue piadosa, condescendiente; sentí a su vez  angustia e impotencia. Nadie más que yo percibía su tristeza, su soledad; mientras, el resto de la sociedad a nuestro alrededor continuaba  indiferente, desbordada por sus propias necesidades, con la ceguera del que no puede ver. Sin embargo, no debo culparlos; soy consciente de que la mujer y yo estábamos inmersos en un plano inaccesible para ellos. A pesar de no conocerla, pude entender su sufrimiento, ese instante eterno y sentido que estábamos compartiendo. La vida ya no sería igual para ninguno de los dos, producto de esa unión perfecta que nuestras almas habían experimentado. Aunque quizá nunca volviéramos a vernos, la forma en que nos habíamos comunicado, sin duda, había superado esa barrera que a veces existe entre los seres y los anula espiritualmente.
Visiones como éstas me atormentan. Las  he subestimado hasta ahora, por creer que sólo están dentro de mi imaginación, como si se tratara de una enfermedad o de un castigo, pero no es así. Debo encontrar su significado. Ignoro por qué se presentan pero, sin duda, se trata de  mensajes que debo escuchar.
El sábado pasado me invitaron a una exposición  en la galería de arte de unos amigos. El tema, paisajes de la puna. Usted conoce mi afición por la pintura. He intentado dar algunos trazos, aunque creo que sigo siendo mediocre. De todos modos insisto, pues me apasiona. Mis cuadros son abstractos para algunos,  no para mí. Las ideas me persiguen hasta que están plasmadas en la tela; sólo entonces logro cierta paz interior. Quizá algún día me anime a exponer mis obras; por el momento he decidido no hacerlo.
Bueno amigo, espero no estar aburriéndolo demasiado. El caso concreto es que estaba recorriendo la muestra, cuando de repente un cuadro en especial atrajo mi total atención. Un niño jujeño en Tilcara. Una pintura reciente de un autor desconocido para mí. Tanto me impactó que no pude evitar comprarlo y llevarlo a mi casa.
 Sé que es Tilcara, ya que el título de la obra así lo indica. Jamás he estado allí, aunque creí reconocer el lugar. El niño, de unos 7 u 8 años, me sigue con los ojos. Sus manos pequeñas, curtidas, su cabello lacio y oscuro, su piel tostada. Lleva uno de esos sombreritos de abrigo con orejeras para el frío, y un poncho de lana de vicuña o alpaca, muy gastado. Sus pies, descalzos. No está sólo en el cuadro; una mujer (¿su madre?) está sentada cerca, aparentemente tejiendo en un telar. Alrededor, un caserío, montañas coloridas, el cielo diáfano. La mujer mira el tejido; el niño, sólo a mí. Trato de alejarme, de tomar distancia,  pero la criatura me implora ayuda con su mirada.
Yo sé que hay técnicas de pintura para esto, es decir, sin importar el ángulo, el espectador cree que el personaje siempre lo está mirando. Pero esto es diferente, el niño no sólo me mira, quiere decirme algo.
Aunque trato de continuar con mi vida, no puedo quitar de mi pensamiento esa cara. En mi casa o fuera de ella, la visión continúa presente. También en mis sueños. Voces desconocidas e imágenes se me  presentan y ocupan gran parte de mis horas. Mis pinturas se han tornado muy monotemáticas y oscuras. Todo parece efímero, sin importancia, excepto ese rostro y esa mirada.
Siento un gran vacío dentro de mí. Los amigos circunstanciales no pueden ser de ayuda en este momento. Mi realidad es otra, no puedo huir de ella. Ésta es la razón por la que le escribo. Prometí y cumplo. Le dije que en cuanto algo especial sucediera, usted sería el primero en saberlo. Desde hoy lo mantendré informado, doctor. Mañana viajo a Jujuy. Quizá me quede allí, en el pueblo donde vive el niño. Usted sabe, Buenos Aires no me ata.
Algo me indica que estoy en el camino correcto, si bien no he recibido señales sobre mis próximas acciones. Anoche me vi, caminando junto al niño, en Tilcara. 

                                                     Un gran abrazo
                                                                 Andrés

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