30 oct 2011

Dar a luz con la palabra


por Silvia Graciela Franco


Quienes somos lectores antes que escritores podemos coincidir en que un libro, un cuento o una poesía surgida del alma pueden traspasar los límites físicos del papel impreso para abordar misteriosamente a aquel que está posando sus ojos sobre el escrito. Pueden penetrar su piel, surcar sus venas e instalarse en algún rincón de su pensamiento. Y tal vez, cuando crea que la ha olvidado, la idea reaparece para hacerle compañía. Es que, sin saberlo, el escrito se ha desprendido de su autor o autora, para transitar insondables destinos, hasta tal punto de que los lectores muchas veces recreamos su contenido, dándole vida propia, acordando o no con su creador; así, la obra consigue tener autonomía artística, podría decirse.

La presentación de un libro es, con toda intencionalidad, un acto de entrega, de esperanza y alegría, es como un nacimiento. Duele, al ser un trabajo duro que surge de las entrañas más profundas de los sentimientos de un ser humano; también intimida, porque desnuda al escritor; y compromete, al pretender que haga huella en el camino de quienes lo reciben. Es un acto solidario, el de compartir la palabra. No necesariamente el escritor espera aprobación, pero sí que genere algo…duda, nostalgia, empatía, contrariedad… Esto es lo positivo, que la palabra movilice y provoque.

El pasado 10 de septiembre presenté mi cuarto libro (el segundo infantil) en la Biblioteca “9 de Julio”, y como en otras oportunidades, fue un momento de gran carga emocional junto mi familia y la gente querida que me regaló la vida. Por eso estoy muy agradecida y feliz, ya que la felicidad es eso, justamente. La suma de pequeños espacios, joyas de tiempo disfrutado.

¿Qué pienso en oportunidad de la presentación de un libro? Es muy difícil de explicar… Algunas preguntas no dejan de batallar sin descanso: “esto que escribo, ¿será interesante para alguien más?”, “¿será conmovedor?”, “¿podré conectarme con el lector en el camino de las palabras?”. Siento también, en cierta forma, algún pudor, porque escribir y hacerlo público es mostrarse. Ya no seré yo sólo para mí misma, sino que se develará mi ser interior; más allá de mi contorno, se sabrá de mi esencia.

Cuando nos reunimos para la presentación de un libro o, simplemente, para compartir nuestros escritos, no puedo evitar evocar el ayer. Lugares como la casa de Mariquita Sanchez o el “Café de Marcos” y, ya entrado el siglo XX, emblemáticos bares y cafés, como “La armonía”, el “Tropezón”, “Los Dos Chinos”, “El Ateneo”, “Signo”, “Los Inmortales”, “El Tortoni”, y tantos otros; sin duda, en ellos se despertaron vocaciones y se revelaron talentos. Durante muchos años, ecos y voces de múltiples protagonistas han engrosado la nutrida historia del libro, y conseguido la necesaria conexión entre el lector y el escritor. Y aunque surgiera entre algunos ciertas discrepancias, esto no dejaba de ser beneficioso. Allí, inolvidables maestros lograron apasionar al público, y fomentar la literatura argentina. Nuevos lectores pudieron encontrarse a sí mismos dentro de las palabras. Porque esto es lo mejor que puede sucedernos a quienes escribimos: no pasar desapercibidos.

Por eso, creo que hoy nos reunimos para continuar siendo parte activa en el devenir de nuestra propia historia. Un café literario, un taller de lectura, de escritura o narración, una exposición de obras plásticas, toda expresión cultural contribuye a la comunicación, a la valoración de nuestro pasado y nos ayuda a repensar el presente. Sólo se necesita de la ambientación espiritual de la concurrencia, de la obra, de su autor o autora, y entonces no importa el lugar. En librerías, bibliotecas, restaurantes, confiterías, plazas, teatros o casas particulares, hoy como ayer, la presentación de un libro, la lectura, el arte, merecen una celebración que siempre involucra aplausos y brindis de alegría, porque son una muestra, una garantía de que la palabra está viva.

1 comentario:

Avia Terai Revista Vestigios dijo...

Escribir, por lo tanto, no es solo llevar palabras al papel, es poner nuestros sentimientos, nuestras ideologías, nuestras pasiones y deseos en juego, es decirle a la sociedad sin miedo ni rubor que este soy yo y esto es lo que pienso.