16 jul 2011

Fragmento de "La calesita de Don Atilio"

Silvia Graciela Franco

La calesita de don Atilio

Ilustraciones
Julia Luz Valis

Me pregunto si las estrellas están encendidas
a fin de que cada uno pueda encontrar la suya algún día

Antoine de Saint-Exupéry, “El Principito


Capítulo 2: Una sorpresa

Muy cerca de nuestras casas, frente a las vías del ferrocarril, había un terreno baldío donde crecían toda clase de yuyos y malezas. Nadie lo cuidaba, e incluso algunos vecinos arrojaban basura, a pesar de tener un cartel que lo prohibía. Era un lugar extraño, desentonaba con el paisaje de la zona, porque allí había casas blancas con hermosos jardines y perfume a flores, coloridas mariposas, pájaros muy bellos, fresnos en las veredas, ¡y tan cerca ese terreno sucio! Habíamos decidido inspeccionarlo, quizá fuera la puerta hacia algún lugar misterioso, aunque jamás llegamos a hacerlo.
Cierto día, estábamos andando en bicicleta cuando vimos a un grupo de hombres limpiándolo y cortando el pasto. Luego, instalaron luces y pusieron una cerca de alambre. ¿Qué estaría pasando? Nuestra curiosidad no tuvo que esperar: la semana siguiente un camión trajo caños, lonas, cables, bancos de madera y ¡un poste con sortija! ¡No lo podíamos creer! Estábamos presenciando el surgimiento casi mágico de una calesita.
Sólo queríamos verla funcionar. ¡Nunca había habido una tan cerca! ¡Ahora sí podríamos dar todas las vueltas que quisiéramos! Volvíamos por las tardes para no perdernos ningún detalle. Cuando estuvo terminada, conocimos al dueño, un señor muy amable. Comiendo garrapiñadas y escuchando sus increíbles historias, la recorrimos por primera vez. ¡Había quedado preciosa rodeada de luces multicolores y con una gran estrella brillante que rozaba el cielo! Tenía carruajes, autos, un globo aerostático, un barco, caballos, gigantes mariposas y animales alados.
Pero había un lugar vacío en la calesita…
- Don Atilio, ¡aquí falta algo! –exclamamos.
- Es cierto, pero es una sorpresa, ¡no me pregunten! –dijo, cruzando el índice sobre la boca, en señal de silencio, sin agregar una sola palabra más.
La espera se hizo larga. A esa edad, las horas pueden parecer una eternidad. Por fin, un día don Atilio pasó anunciando con un megáfono la inauguración. La ciudad estaba alborotada. Los niños pedían a sus padres conocer la nueva calesita, y ellos deseaban ver a sus hijos disfrutándola.

Capítulo 3: La primera aventura

Para felicidad de todos, el sol brillaba esplendoroso. Lito fue con sus padres y Juani; yo, con los míos y otros amigos. Estábamos dispuestos a quedarnos hasta la noche y a sacar muchas veces la sortija.
Desde lejos podíamos oír los acordes de la música y fue como un imán: comenzamos a correr y no nos detuvimos hasta llegar. La fila era muy larga. Con el boleto en la mano, la vimos girar y girar, y a cada minuto aumentaba nuestro nerviosismo. Don Atilio estaba cumpliendo su promesa de la vuelta doble. Sacar la sortija parecía fácil, pero él, muy hábil, jugaba con los niños zarandeándola. Decidir la ubicación tampoco era tarea sencilla. El caballo garantizaba estar más cerca del objetivo. Era la alternativa perfecta para conseguir una vuelta gratis, aunque los restantes lugares parecían también tentadores. Cuando se detuvo, subimos de un salto. Lito trepó con dificultad sobre el lomo de un fantástico caballo alado y los otros nos sentamos donde pudimos. Luego, la calesita comenzó a moverse al compás de la música. En ese momento, notamos que el caballo de Lito se movía. Torció el cuello hacia él… ¡para hablarle!
- ¡Agárrate fuerte, Lito! –le dijo, lo que él hizo de inmediato.
El animal desprendió las patas del piso y comenzó a sacudir sus poderosas alas celestes. Fue tan rápido que algunos no pudieron verlo.
Lito, más tarde, me contó que desde el aire todo era distinto. Las personas, las casas y los autos se veían pequeños. El tren parecía un gusano que recorría su trayecto sin apuro. El viento le hacía volar el flequillo, pero no sentía frío. De repente, pudo ver un gran campo cubierto de vegetación que se extendía sobre la superficie de la Tierra. Comenzó a distinguir montañas y valles a la distancia. Estaba lejos, pero no tenía miedo. Confiaba en la destreza de su caballo mágico.
Al sobrevolar el bosque, el caballo volvió a dirigirse hacia él.
- Vamos a descender –le dijo.

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¡Subite a la calesita y descubrite dentro de esta genial aventura!

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Stand 141

El 20 de julio de 2011 estaré
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