12 jul 2010

LA TORRE DE HÉRCULES (PUBLICADO EN “PULSACIONES”)

Después de tanto andar, siento que al fin estoy dentro de mi verdadera piel. Ya no necesito de ningún sueño o pesadilla para comprender.
Todo comenzó el día en que inauguré mi negocio de compra y venta de antigüedades. Una anciana entró. Nunca la había visto antes. Vestía ropa antigua, fuera de moda. Esto no era demasiado extraño; la mayoría de las ancianas usan ese tipo de vestimenta. Pero lo que más llamó mi atención era su tono castizo y su vocabulario. Traía consigo un paquete. Con cuidado, lo desenvolvió: era una pintura. De inmediato reparé en el cuadro, aunque el marco, de madera barata, no valía gran cosa. La mujer no dijo mucho, y yo quería hablar lo justo para que no adivinara mis escasos conocimientos. Con dificultad, traté de reconocer el nombre de su autor; no podía leerse con claridad, tal vez por ser una copia de algún cuadro famoso. Sobre el punto principal, referido al precio, le sugerí que me lo dejara a fin de que pudiera hacerlo tasar. Todo indicaba la necesidad de una segunda opinión. La mujer entonces dijo:
–Caballero, entiendo que usted desconfíe y además, como es lógico, desconozca al autor de esta obra. Debe saber que es muy preciada para mí. La Torre de Hércules de La Coruña; el pintor fue mi abuelo. El pobre jamás pudo vender uno solo de sus cuadros. A su muerte, fueron repartidos entre familiares o regalados a amigos. Nunca hubiera deseado venderlo si no fuera porque necesito el dinero.
Dicho esto, convenimos un precio, y el cuadro fue mío. Ese mismo día, celebramos la inauguración con algunos conocidos y vecinos en el local de ventas. Había colgado la pintura en un lugar central, a fin de que quien entrara pudiera verla. Las certeras pinceladas mostraban el final de un atardecer en la costa, parcialmente iluminada por el faro sobre la torre de fantástico estilo neoclásico. De granito ocre, forma prismática y rodeada de ventanas, la construcción lucía grandiosa contra el cielo azulino y tan resplandeciente como el brioso mar. Eso puedo asegurarlo porque tomamos una fotografía mientras brindábamos esa misma tarde, con el cuadro como protagonista.
Por ese entonces, yo dormía en el negocio ya que, por razones que ahora carecen de importancia, había tenido que vender mi casa. Esa noche comenzaron las pesadillas. La primera, nunca podré olvidarla, mostraba un paisaje bastante diferente del retratado en la obra. Entonces, yo desconocía por completo la historia de tan magnífico monumento, origen o formas anteriores. Quiero aclararlo para que se entienda que mi subconsciente fue ajeno al desarrollo de los hechos que se sucedieron.
En el sueño, se desata una terrible tormenta, una tempestad. La tripulación lucha casi sin esperanza para controlar la embarcación, hasta que una ola gigantesca la abraza y arrastra con violencia hacia el fondo del mar. Luego, yo soy el único sobreviviente y estoy desmayado sobre la arena. Al recuperar la conciencia, veo la torre abandonada a su suerte. Tiene dos torreones parcialmente derrumbados en su parte superior, como si hubiera contenido dos fanales, en ese momento absolutamente inertes.
Desperté muy sobresaltado y fui al baño a buscar un vaso de agua. Al pasar delante del cuadro, pude observar que la imagen había cambiado. Era nocturna y la torre sólo estaba iluminada por los relámpagos de una fuerte tormenta. En la playa, se veían los restos de un naufragio, y algunos miembros de la tripulación yacían sobre la arena. Al mirar mis manos, estaban mojadas. Creí oportuno sacar una nueva fotografía tal como podía verla en ese momento. Quizá comprendiera lo que estaba sucediendo a la luz del día.
A la mañana siguiente, me dirigí al salón y, al pasar por delante del cuadro, pude notar, ante mi desconcierto, que la imagen no había sufrido en realidad ninguna variación. Por fortuna, contaba con la fotografía que había tomado la noche anterior; de lo contrario, habría comenzado a sospechar sobre mi propia racionalidad. ¿Cómo podía el cuadro cambiar durante la noche y volver a ser el mismo por la mañana? Obviamente, me resultaba imposible de entender.
El tiempo transcurría sin mayores sobresaltos, excepto por la pesadilla que volvía a repetirse. El negocio no funcionaba como yo hubiera deseado; me consolaba pensando que había que tener paciencia. El cuadro seguía ocupando un lugar de privilegio en la sala de exposiciones, rodeado de otras antigüedades de relativa importancia. Lucía exquisito, y nada hubiera alterado mis sentidos si no fuera porque la Torre, cada noche, mutaba luego de mis sueños.
Necesitaba comprender, descubrir el misterio que rodeaba al enigmático cuadro. “Sin duda”, pensé, “existe algún mensaje oculto tras todo esto”. Comencé a leer sobre la Torre, supe de sus orígenes remotos y de sus sucesivas transformaciones. Su fantástico estilo neoclásico, remodelado durante el reinado de Carlos III, conservaba majestuosidad a pesar de los reiterados abandonos. Involucrada por los hombres en sus luchas de poder y ambición, la Torre, cada noche, me estaba narrando su propia historia.
Y yo… Tomaba una nueva fotografía; aquí las tengo, guardadas en mi bolso, por si acaso pudiera necesitarlas.
A pesar de que varios clientes me hicieron interesantes propuestas por el cuadro, e incluso regresaban al cabo de algunas semanas para duplicarlas, nunca pude desprenderme de él; estábamos, de alguna manera, conectados; éramos uno parte del otro.
Meses más tarde, padecí una pesadilla distinta; en ella no aparecía la Torre.
Yo soy un pueblerino, y junto con otros estamos escondidos, atemorizados, observando una titánica pelea. Un aterrador gigante contra un hombre de fuerza y musculatura descomunal. La contienda, en principio desigual, es descarnada. El gigante se llama Gerión y el hombre, Hércules. Nos está defendiendo, ya que Gerión quiere quedarse con nuestros bienes, hijos y mujeres. Finalmente, Hércules lo derrota, le corta la cabeza y, luego de mostrárnosla como signo de poder y libertad, la entierra. Levanta en ese lugar un túmulo y lo corona con una gran antorcha.
Al despertarme, estaba embarrado y muy excitado, temblaba. Me aproximé al cuadro, no sin cierto temor: otra vez había cambiado. Lo volví a fotografiar, para poder compararlo luego con las otras impresiones. Por ciertos detalles, pude comprobar que en todos los casos se trataba del mismo lugar geográfico, pero en diferentes épocas. A la mañana siguiente, la pintura colgada en mi local de exposiciones era exactamente la misma que la anciana me había vendido.
Las pesadillas continuaron sin pausa. Una mezcla de curiosidad y sentido de pertenencia me llevó a profundizar mis conocimientos sobre todo lo relacionado con esta obra arquitectónica, ya fuera histórico o mitológico, fantástico o real. También hubiera querido encontrar a la anciana para hacerle algunas preguntas, pero nunca más la volví a ver. La situación terminó con mi sano juicio, y cuando creí que estaba a punto de perder la razón por completo, malvendí todo, con excepción del cuadro, y viajé a las costas de La Coruña para ver la Torre con mis propios ojos.
Y aquí estoy, con lo puesto. Y aquí me quedaré, a dormir sobre el piso si fuera necesario, lo más cerca posible de este colosal monumento que me pertenece. Ya no necesito de más sueños para comprender.
Por fin hemos terminado la obra. Sólo espero que estos muros de piedra que sostienen el gran fanal, levantado por mí como ofrenda al dios Marte, permanezca al menos dos mil años, como hasta hoy, en este mismo sitio y con idéntica misión: la de guiar a los marinos aun en las más oscuras noches tenebrosas.
Lean todos la inscripción que tallé sobre esta roca:
MARTI AUG SACR C SEVIUS LUPUS ARCHITECTUS AMENIENSIS LUSITANOS EX VO (“Al dios Marte Augusto, yo, Gaio Sevio Lupo, arquitecto ameminiense lusitano, cumpliendo mi promesa”).

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