12 jul 2010

PRESENCIAS (PUBLICADO EN “PULSACIONES”)

Hoy volví a la casa, luego de un par de años que me parecieron siglos. Y debí volver sola para apaciguar mi alma. Ni bien pisé el umbral sentí un escalofrío, la piel sensible todavía a pesar del tiempo, como si algo brotara desde adentro y pugnara por querer abrirse paso a la realidad. La cerradura cedió sin resistirse. Al trasponer la puerta, me dolió el olor a humedad y a vacío, tan distinto al de mis recuerdos. Los olores de aquellos tiempos eran dulces y daban la bienvenida. Algo horneándose, una torta de limón tal vez, un florero con jazmines recogidos de algún jardín cercano; si era el mediodía, el consabido guisito o el tuco casero que cocinabas para todos con vaya a saber qué secretos mágicos; o era tu amor que le daba ese sabor único, inigualable. Todos los fantasmas del pasado vinieron a recibirme, no tuve más remedio que sentarme, porque las piernas me temblaron y no hubiera podido resistirlo de otra manera. Lo hice sobre el primer sillón de la entrada, a la izquierda del ventanal. Ése que utilizabas para la lectura en las tardes ventosas, cuando no querías salir a caminar. Unos brazos invisibles me contuvieron, me rodearon; pensé por un instante que podrían ser tus brazos. Quizá, una vez más, los estabas estrujando contra mi cuerpo, como tantas otras veces, para serenarme, para decirme cuánto me amabas. Allí permanecí, adormecida en tu regazo, creyendo que ese momento podía ser eterno, pleno de sosiego, de paz. Cerré mis ojos para poder oír mejor los sonidos familiares, para no confundirlos. La soledad abrió los pórticos del tiempo y dejó penetrar los misterios ocultos que aguardaban el momento de hacerse presentes. Aquellos que creía desaparecidos, ajenos, lejanos, resurgieron, para instalarse en mi vida, y le ganaron a la realidad. La caricia del sol, un suspiro, el canto de un pájaro, una voz, tal vez un botón o un objeto perdido, volvieron desde otra dimensión; danzaron en torno a mí para robarme una sonrisa y, al mismo tiempo, sorprenderme con una lágrima.
Entonces escuché tus palabras con mucha claridad y supe con certeza que no se trataba de un sueño. También desde el altillo sonó estridente la risa de Miguel mientras se vestía de payaso con el disfraz que el abuelo acostumbraba usar cuando trabajaba en el circo. Y me vi a mí misma, con estos mismos ojos bien abiertos, muriéndome de risa, peinando mi larguísimo cabello frente al gran espejo; mientras, en una tarde como tantas, ensayábamos con Peter, el vecino, Romeo y Julieta, para terminar dándonos un beso. Y vos, haciéndote la enojada, nos regañabas, nos obligabas a bajar del altillo y nos mandabas a jugar a la paleta en la plaza.
Vinieron los fantasmas a buscarme y me acercaron a la escalera. Casi sin darme cuenta, destrabé la entrada y subí con ansiedad; quería encontrarme con vos, con el abuelo, con mi infancia, aunque sabía que era imposible. Peter… Después de algunos, años supe de él. El destino hizo que me enterara: un examen de ADN le devolvió su pasado e hizo trizas todo lo que había vivido hasta ese momento; se convirtió en el protagonista de una historia más dramática que aquella ensayada en nuestra adolescencia. Miguel, mi pequeño hermano soñador y aventurero, siguió el camino del circo porque descubrió, como el abuelo, que su felicidad estaba escondida tras la sonrisa de los niños y el vaivén del trapecio.
Sólo quedamos papá y yo para hacernos cargo de la casa; pero son demasiados los recuerdos que se dan cita cada vez que intentamos abrir las ventanas, correr las cortinas y apreciar el jardín. Por eso dudamos si lo que vemos del otro lado es la realidad o son visiones del pasado que se presentan para recordarnos los momentos disfrutados, todos juntos, cada verano.
Pronto va a llegar el agente de la inmobiliaria; papá lo citó para que yo le entregue las llaves y pueda mostrar la casa esta temporada. Quizá haya interesados, aunque no creo que podamos venderla con todos los fantasmas dentro.

No hay comentarios: