¡Si yo pudiera contarles!
Autora: Silvia Graciela Franco
No era
un día como todos, eso puedo asegurarlo. Se olían otros aires, y las calles
parecían un hervidero. Las reuniones en casa de María eran más frecuentes, casi
diarias. Todos traían en el pecho cintas celestes y blancas. Discutían más, y
me prestaban menos atención. En un rincón, quedábamos relegados el arpa y yo.
María,
Vicente, Bernardo, Pedro y otras damas y caballeros cuyos nombres ya no
recuerdo, conversaban acaloradamente. Si hay que hacer esto o aquello,
convencer a alguien, escribir o no una carta, todos tratando de encontrar la
solución. Y leían mucho, a un tal Rousseau, a Diderot y a Voltaire. Yo, en
realidad, no entendía de qué hablaban, quiénes estaban de nuestro lado, quiénes
no, lo que sería publicado en La Gaceta, o quién llevaría adelante los destinos
de la nueva patria. Pero ellos estaban obsesionados discutiendo sobre los
avances del Ejército del Norte frente a los realistas, los logros del Coronel
San Martín luego del Combate de San Lorenzo, la necesidad de declarar la
independencia y tantos otros temas. En cambio, a mí lo único que me preocupaba,
aunque parezca egoísta, era que casi no se acordaran de mi existencia. Añoraba
las tardes de tertulias despreocupadas, de bailes y canciones compartidas con
el arpa.
¡Si
pudiera contarles! ¡El arpa! ¡Qué belleza! No sé si la habrán conservado como a
mí. En realidad, yo tuve suerte de llegar a estar tan bien donde estoy, aunque
muchas veces me invada la nostalgia…
En
fin, un día Vicente, eufórico, trajo la letra. No podía creerlo; todos se
sentaron alrededor de mí, y la increíble música de la libertad comenzó a brotar
de mis entrañas. Unos dedos habilidosos resbalaban por sobre mis preciadas
teclas de marfil, aunque por momentos, la fuerza que imprimían me hacía doler
el alma. María, a mi lado, lloraba, mientras acariciaba las cuerdas de su arpa
con gran maestría, como siempre. Dos bellas patricias recostadas sobre mi
cuerpo de caoba endiosaban esa música única y esplendorosa. No se escuchaba
otra voz distinta a la de la canción entonada y las vibrantes notas trazando el
camino de la libertad, dando vida nueva y esperanza.
¡Si yo
pudiera contarles! Porque soy Historia sé bien que ese día 14 de mayo de 1813
en la casa de la calle Umquera no importó el lujo ni las porcelanas. Un
pensamiento único los unía, sin ambiciones personales y con gran valentía,
detrás de un objetivo común. Supe de sus charlas y sus miedos, de sus angustias
y anhelos, de sus ideales y sueños.
¡Si yo
pudiera contarles! Pero no puedo, porque soy sólo un piano y se supone que no
tengo recuerdos. Soy el pianoforte de Mariquita Sanchez y, para el que quiera
conocerme, estoy en el Museo Histórico Nacional, Defensa al 1600.
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