28 ago 2011

Zoóforo

El día está claro y demasiado frío; a través de los cristales empañados pueden verse desdibujadas las imágenes que la mirada nos devuelve, a veces invertidas, de la vida. Intento esquivar los preconceptos, prefiero juzgar con mis propios sentidos. La puerta no es el límite de mi existencia, o no debería serlo; en el exterior, el frescor, los perfumes, el sol, esplendoroso en su cenit, me atrapan. Nada permite presuponer que, en esta mañana igual otras, algo especial pudiera acontecer.
De repente, un rayo de luz hiriente, vertical, cruza punzante desde el cielo y se clava en la tierra, dividendo en dos la realidad. Aturdida, sin saber qué actitud tomar, ignoro dónde ubicarme.
De un lado, la visión aterradora de hombres y vampiros enfrentándose en lucha descarnada paraliza mis movimientos. En principio, no puedo entender lo que sucede. No sé si son los hombres quienes intentan frenar el ataque de los vampiros, o éstos últimos los que tratan de protegerse. A simple vista, los hombres carecen de fuerzas suficientes, están desprovistos de armas y, como sabemos, los vampiros son criaturas casi demoníacas, cuyos filosos colmillos pueden sumirnos en oscuros abismos. Poco a poco comprendo mejor la situación. Los vampiros cambian constantemente de forma y color, confundiendo a sus rivales, que en su afán por liberarse de ellos, se reagrupan y contra–atacan. Es una lucha desigual, despareja; por el momento, los hombres no parecen jugarse demasiado. Vestidos de traje y corbata, rechazan los embates tratando de no estropear su vestimenta, ignorando en apariencia que con esta actitud pueril su suerte está echada. Un paso me distancia de ese mundo, lo suficiente como para no permitirme ser parte de él, aunque soy consciente de mi impotencia. Si no tomo una decisión pronto, el tiempo trasladará el rayo de luz irreversiblemente. Entonces, sin poder evitarlo, quedaré inmersa en el escalofriante escenario. En un segundo, los hombres, quizás, sean presa de los vampiros; eso, no quiero verlo.
Mi mirada, al fin, logra desviarse a través del rayo que divide los dos mundos. Del otro lado puedo ver una plaza colmada de personas y animales, confundidos en sus formas y actitudes. Un perro alzado sobres sus dos patas traseras arrastra con una correa invisible a un hombre en cuatro patas. El hombre ladra como perro y agradece, como animal que cree ser, las dádivas que su amo–perro le arroja; de un salto, las atrapa con maestría y mueve feliz su supuesta cola. A pesar de estar rodeados por una multitud, a nadie molesta esta visión perturbadora. Cuando aún no he podido reponerme de la sorpresa, se acerca de frente un hombre cargando una jaula. La lleva sujeta con la mano, pero debe arrastrarla, porque parece ser muy pesada. Su cara fruncida y transpirada es reflejo del esfuerzo que realiza. Al pasar a mi lado, un impulso repentino me moviliza a apartarme con horror. Dentro de la jaula hay otro hombre. Encerrado, conforme e ignorante de su verdadera condición, mira sorprendido a través de los barrotes y saca afuera sus manos. Sus ojos inexpresivos le restan humanidad. La visión en su conjunto me genera un sentimiento de culpa que no puedo evitar, a pesar de ser ajenos a mí por completo. Creo que no me han visto. De haberlo hecho, se habrían detenido a consolarme, ya que no he podido negarme al llanto. El tiempo, inexorable, no se detiene y el rayo de luz hace su camino con rapidez. Debo decidir pronto antes de que este universo me absorba.
Mis ojos, cansados y lacrimosos, se cierran. Al abrirlos puedo ver que en el otro universo la situación ha cambiado radicalmente. Los hombres han sufrido una metamorfosis. Ya nos les interesa preservar sus vestimentas. Les han crecido alas incoloras, resplandecientes, y músculos descomunales. Algunos recitan en voz alta ciertos versos que ahuyentan a los demonios. Los vampiros eran más frágiles de lo que ellos suponían; ¿y dónde están sus dientes? Al parecer los perdieron al hacerse pequeños, tan pequeños que casi ya no pueden verse.
Una bandada de pájaros revolotea amenazante por sobre nuestras cabezas. El rayo de luz me está atravesando. Ya no podré regresar para ver mi mundo a través de los cristales; soy parte de este mundo. Pero debo tener cuidado, porque estoy segura de que los vampiros nunca desaparecen.

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