21 ago 2010

Querido Fran

La miro y veo una sola cara,
aunque depende del ángulo
pueden ser varias.

(“La realidad”, fragmento)



Buenos Aires, un día de mayo de 2007…


Querido Fran:
Vuelvo a escribirte. Es una tarde gris, o algo así. No por las nubes, o el frío. Eso no importa; quizá sea por querer recordarte en soledad. Estoy en nuestra plaza, sentada, como siempre, en el mismo banco. No me molesta la gente alrededor, al contrario, por eso vine. El bullicio me acompaña, me ayuda a aguantar la tristeza. No es tan simple escribir cartas cuando sabés que tendrán respuesta sólo dentro del alma.
Hoy traje estos libros para hojear mientras veo como otros conversan o los niños juegan. Una hoja deja su lugar a otra. Con lentitud, mi tacto acaricia las páginas, ya amarillas, de suave textura. Las miro de reojo, sin leerlas. No es necesario hacerlo. Están gravados en mi memoria esos poemas que me leías antes de besarnos y amarnos con pasión. Una lágrima asoma, y vuelve más doloroso ese recuerdo. Entre las páginas gastadas acabo de descubrir tu carta arrugada, también amarilla. Quedó acá, encerrada entre las palabras y los deseos frustrados, durmiendo su sueño eterno, aprisionada por el monstruo de la guerra y sus demonios. Mis ojos me traicionan. Una vez más, con tozuda persistencia, recorren las líneas que marcaron un camino sin retorno para vos, y a mí me arrastraron hasta hundirme en las aguas turbulentas de los sueños perdidos, fulminados por el horror. Inolvidable, tu voz resuena tormentosa, extraída de un cielo disfrazado, cargada de esperanza, tal vez eufórica. “…te prometo que cuando regrese de Malvinas, después de haber cumplido con la patria, nos vamos a casar…”
Pronto supe la verdad, ya no volverías. Tu destino quiso que te quedaras allí para siempre, fagocitado por el sufrimiento, descarnado por el hambre y el frío, desmoralizado por la impotencia.
Nunca supe si recibiste mis primeras cartas, las que te enviara cuando aún soñaba con tu regreso. A pesar de eso no dejé de escribirte, hasta hoy.
Los años han hecho su trabajo; ya no soy aquella joven. No fue fácil. Sin embargo, cada día tu presencia cobra un nuevo sentido en mi vida. No me dejaste sola, jamás te alejaste de mí. Imagino cada momento como si estuvieras con nosotros. Mario ya tiene veinticinco años y he sido abuela por primera vez. ¿Sabés?, se te parece mucho, en especial por la mirada. Profunda, impenetrable y a la vez pacífica, un remanso…

(Publicado en “Cuentos para acompañar un café”)

No hay comentarios: